– Bueno, señor Bustamante, me gustaría que nos diga por escrito por qué deberíamos contratarlo. A fin de cuentas, usted debería saberlo mejor que nadie. ¿No es cierto? Tome, aquí tiene lápiz y papel. Vuelvo enseguida.
En ese momento bajo la mirada, cierro los ojos un segundo aunque quizá fueron dos. Trato de acomodarme en el asiento. No hay caso, estoy incómodo y prefiero irme ¿qué escribo? Levanto la mirada y luego la poso sobre la hoja, mi cuerpo se abalanza convencido sobre ella pero no así mi cabeza. Ninguna idea, nada. El cerebro está más blanco que la hoja. Me reclino sobre la silla, flexiono un poco la pierna derecha e involuntariamente empiezo a hacerla a temblequear. Si estuviese mi mujer acá me pediría que deje de hacer eso con la pierna, que le molesta. Ella es un ángel, pero qué mal que estamos en casa, necesito este trabajo. Estamos esperando nuestro segundo hijo y casi no podemos mantener a Paulita. Es tan linda mi reina; pero pobrecita, no tiene la culpa de haber sido hija de un tipo como yo. Mi mujer se ofreció a buscar trabajo, pero no. Está loca. Yo tengo que mantener la casa; esa no es una opción. No estoy teniendo buena suerte, pero algo voy a encontrar. Como decía mi madre: lo último que se pierde es la fe. Cómo la extraño a ella, cómo se me fue de golpe. Qué bien me haría sentarme a tomar unos mates con esas tortas fritas que ella hacía. Cómo la extraño y cuánta razón tenía. “Estudiá”, me decía y yo… qué se yo… No soy bueno para esto, no me salen las palabras. No sé expresarme muy bien así. El papel, la oficina, la formalidad de este lugar; me intimida. Algo tengo que inventar, pero ¿Cómo explico la angustia que se siente cuando llego a mi casa después de miles de entrevistas y sin ninguna buena noticia? ¿Cómo explico los ojos tristes de mi mujer después de que la nena se va a dormir? ¿Cómo se escriba la vergüenza que se siente pedirle plata prestada a su hermano porque yo no puedo conseguir? ¿Cómo explico lo estéril que me siento, lo inútil? ¿Hay palabras que puedan describir esto? Qué mal me siento, por favor. No puedo, creo que estoy por llorar. Trato de retenerlo y ser fuerte pero no hay caso. Tengo ganas de golpear la mesa y gritar, llorar, y que todos me vean; que alguien, quien sea, se apiade de mí y me ayude, me dé una mano; pero no. ¡Son todos tan indiferentes! ¡El mundo es tan indiferente!…
De pronto oigo que se abre la puerta de la oficina. Es el señor
– Perdón, ¿ya terminó?
Con una sonrisa que no salió, extiendo mi brazo y le entrego la hoja